CAROLINA

Dai Infante

Ilustración: Dai Infante

-Carolina, tenés cáncer.
Allí comenzó todo, fue la confirmación de lo que tanto intuía. Lloré, no sé si fueron dos o diez minutos, lo que sí sé es que los ojos y la vida se me empañaron en un segundo. A mi lado estaban mi mamá y mi pareja de hace dos años. Cuando pude calmarme, entendí que era una batalla más y sabía que iba a darle pelea. Recobré la voz y dije: ¿cuándo puedo operarme?, cuando quieras respondió el doc. A la semana entré al quirófano, fue un 14 de febrero y haciendo honor al día de los enamorados, allí estaban ellos, mis ex, el padre de mi hijo y mi última pareja. Sólo dos motivos podrían haberlos llevado hasta ahí, presenciar mi ida al más allá o pensar “qué buena fue la morocha, vamos a acompañarla en este momento”. Creo que ese fue mi último registro,

cuando desperté ya me habían extraído el tumor y ahí dije: a vos te dejo acá, no habrá más cáncer.
Luego vino la quimio, eso sí que fue bravo, sin embargo pude pasarla dignamente. Llegaba a Fundaleu a tomar mi hora de spa, iba con mi esmalte de uñas y mi notebook, quería ponerme linda para luego ir a trabajar, porque jamás dejé de hacerlo. Un día comencé a cortarme el pelo y mi oncólogo dijo sin filtro “pelate”, le respondí “de ninguna manera”, me retrucó “seguramente te quedarás pelada”, pensé, soberbia, ¡quiero vale cuatro!, y le dije “cuando me quede pelada me quedaré, para qué ahora”. Y así fue, perdí todo el cabello, pero, ¡para qué están los amigos! Uno de ellos me regaló una peluca hermosa a la que bauticé Mónica, con la que nos hicimos grandes amigas, compinches para ir a reuniones y viajes donde nos encontraríamos con muchachos y debíamos estar lindas. Por las noches descansaba a mi lado, en la mesa de luz.
Cuando terminé la quimio tuve que empezar radioterapia. A fin de febrero del años pasado, cuando estaba por finalizar el tratamiento, recibí un llamado de trabajo muy importante y, si aceptaba, debía viajar en pocos días a Costa Rica. Y sí, me postulé, y el 8 de marzo viajé. Fue duro, tenía tres pelos locos en la cabeza y un dolor en las piernas terrible. Sólo le pedía a Dios que me diera fuerzas para caminar, y las tuve, me levantaba de la silla, y luego, pasito tras pasito, me retiraba despacio, diciendo hasta mañana con una sonrisa.

Así llevé toda la enfermedad, con entereza y muchas veces con humor. No fue fácil, porque además de quedarme completamente pelada, se sumaron quince kilos a mi cuerpo. Enfrentaba al espejo y esa mujer era otra, no era Carolina. Sin embargo sabía que era algo que debía atravesar para ponerme bien, para estar viva y poder contarlo como lo estoy haciendo ahora.
El paso del cáncer por mi cuerpo fue una experiencia. No lo pené ni lo lloré, lo transité. Y el miedo está presente cada seis meses cuando hago los controles.
Nunca bajé los brazos, viví todo con total naturalidad, no necesité terapia ni tampoco mi familia que me acompañó en todo este proceso. Mi mamá y mis hijos fueron mis principales aliados en esta batalla.
Y Dios claro…porque un 25 de diciembre hizo que me lleve la mano a mi pecho derecho, y descubriera un bulto, y ahí pensé, si él quiso que me ponga la mano un día de Navidad esto no es joda, y no lo fue. Pero acá estoy, sin cáncer, con más pelo y menos kilos, y con algo que nunca abandoné, mi sonrisa.

Caro Garcia y Vanina Pujol

Gracias Caro Garcia por compartir tu hitoria.

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